MIGUEL HERNÁNDEZ
BIOGRAFÍA
Infancia, adolescencia y primeros poemas Infancia, adolescencia y primeros poemas
En Orihuela, un pequeño pueblo del Levante español, rodeada del oasis exuberante de la huerta del Segura,
nació Miguel Hernández el 30 de octubre de 1910. Hijo de un contratante de ganado, su niñez y adolescencia
transcurren por la aireada y luminosa sierra oriolana tras un pequeño hato de cabras. En medio de la naturaleza
contempla maravillado sus misterios: la luna y las estrellas, la lluvia, las propiedades de diversas hierbas, los ritos
de la fecundación de los animales. Por las tardes ordeña las cabras y se dedica a repartir la leche por el
vecindario. Sólo el breve paréntesis de unos años interrumpe esta vida para asistir a la Escuela del Ave María,
anexa al Colegio de Santo Domingo, donde estudia gramática, aritmética, geografía y religión, descollando por su
extraordinario talento. En 1925, a los quince años de edad, tiene que abandonar el colegio para volver a conducir
cabras por las cercanías de Orihuela. Pero sabe embellecer esta vida monótona con la lectura de numerosos
libros de Gabriel y Galán, Miró, Zorrilla, Rubén Darío, que caen en sus manos y depositan en su espíritu ávido el
germen de la poesía. A veces se pone escribir sencillos versos a la sombra de un árbol realizando sus primeros
experimentos poéticos. Al atardecer merodea por el vecindario conociendo a Ramón y Gabriel Sijé y a los
hermanos Fenoll, cuya panadería se convierte en tertulia del pequeño grupo de aficionados a las letras. Ramón
Sijé, joven estudiante de derecho en la universidad de Murcia, le orienta en sus lecturas, le guía hacia los clásicos
y la poesía religiosa, le corrige y le alienta a proseguir su actividad creadora. El mundo de sus lecturas se amplía.
El joven pastor va llevando a cabo un maravilloso esfuerzo de autoeducación con libros que consigue en la
biblioteca del Círculo de Bellas Artes. Don Luis Almarcha, canónigo entonces de la catedral, le orienta en sus
lecturas y le presta también libros. Poco a poco irá leyendo a los grandes autores del Siglo de Oro: Cervantes,
Lope, Calderón, Góngora y Garcilaso, junto con algunos autores modernos como Juan Ramón y Antonio
Machado. En el horno de Efén Fenoll, que está muy cerca de su casa, pasa largas horas en agradable tertulia
discutiendo de poesía, recitando versos y recibiendo preciosas sugerencias del culto Ramón Sijé que acude allí a
visitar a su novia Josefina Fenoll. Desde 1930 Miguel Hernández comienza a publicar poemas en el semanario El
Pueblo de Orihuela y el diario El Día de Alicante. Su nombre comienza a sonar en revistas y diarios levantinos.
Primer viaje a Madrid y Perito en lunas Perito en lunas
Poseído por la fiebre de la fama, en diciembre de 1931 se lanza a la conquista de Madrid con un puñado de
poemas y unas recomendaciones que al fin de nada le sirven. Aunque un par de revistas literarias, La Gaceta
Literaria y Estampa, acusan su presencia en la capital y piden un empleo o apoyo oficial para el "cabrero-poeta",
las semanas pasan y, a pesar de la abnegada ayuda de un puñado de amigos oriolanos, tiene que volverse
fracasado a Orihuela. Pero al menos ha podido tomarle el pulso a los gustos literarios de la capital que le inspiran
su libro neogongorino Perito en lunas (1933), extraordinario ejercicio de lucha tenaz con la palabra y la sintaxis,
muestra de una invencible voluntad de estilo. Tras este esfuerzo el poeta ya está forjado y ha logrado hacer de la
lengua un instrumento maleable. En Orihuela continúa sus intensas lecturas y sigue escribiendo poesía. También
sus amigos le preparan alguna actuación en público. En el Casino de Orihuela recita y explica su "Elegía media
del toro". Otra vez, en abril de 1933, es en Alicante donde interpreta la misma elegía después de una docta charla
de Ramón Sijé sobre Perito en lunas. La prensa local se hace eco del acontecimiento literario alimentando en el
joven poeta el ansia y sed de celebridad.
Segundo Segundoviaje a Madrid viaje a Madrid viaje a Madrid
Un día, al salir de su trabajo, en una notaría de Orihuela, conoce a Josefina Manresa y se enamora de ella. Sus
vivencias van hallando formulación lírica en una serie de sonetos que desembocarán en El rayo que no cesa
(1936). Las lecturas de Calderón le inspiran su auto sacramental Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo
que eras, que, publicado por Cruz y raya, le abrirá las puertas de Madrid a su segunda llegada en la primavera de
1934. Allí se mantiene con un empleo que le ofrece José María de Cossío para recoger datos y redactar historias
de toreros. En Madrid su correspondencia amorosa no se interrumpe y la frecuente soledad inevitable en la gran
ciudad le hace sentir nostalgia por la paz e intimidad de su Orihuela. Las cartas abundan en quejas sobre la
pensión, rencillas de escritores, intrigas, el ruido y el tráfico. Así es que en cuanto le es posible vuelve a su pueblo
para charlar con los amigos, comer fruta a satisfacción y bañarse en el río. Aunque lentamente, va creándose en
Madrid su círculo de amigos: Altolaguirre, Alberti, Cernuda, Delia del Carril, María Zambrano, Vicente Aleixandre y
Pablo Neruda. Entre ellos trata de vender algunos números de la revista El Gallo Crisis, recién fundada por
Ramón Sijé, pero tienen que constatar que ésta no gusta a muchos de sus nuevos amigos. Neruda se lo confiesa
abiertamente: "Querido Miguel, siento decirte que no me gusta El Gallo Crisis. Le hallo demasiado olor a iglesia,
ahogado en incienso". Ramón Sijé teme perder a su gran amigo para sus ideales neocatólicos, pero pronto tienen
que constatar que el ambiente de Madrid puede más que los ecos de la lejana Orihuela. Pablo Neruda insiste en
sus ingeniosos sarcasmos anticlericales: "Celebro que no te hayas peleado con El Gallo Crisis pero esto te
sobrevendrá a la larga. Tú eres demasiado sano para soportar ese tufo sotánico-satánico". Si Ramón Sijé y los
amigos de Orihuela le llevaron a su orientación clasicista, a la poesía religiosa y al teatro sacro, Neruda y
Aleixandre lo iniciaron en el surrealismo y le sugirieron, de palabra o con el ejemplo, las formas poéticas
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revolucionarias y la poesía comprometida, influyendo, sobre todo Neruda y Alberti, en la ideología social y política
del joven poeta provinciano. Superada esta crisis, Miguel Hernández es ya un poeta hecho y comienza a crear lo
más logrado y genial de su obra.
La Guerra Civil La Guerra Civil
El estallido de la Guerra Civil en julio de 1936 le obliga a tomar una decisión. Miguel Hernández, sin dar lugar a
dudas, la toma con entereza y entusiasmo por la República. No solamente entrega toda su persona, sino que
también su creación lírica se trueca en arma de denuncia, testimonio, instrumento de lucha ya entusiasta, ya
silenciosa y desesperada. Como voluntario se incorpora al 5º Regimiento, después de un viaje a Orihuela a
despedirse de los suyos. Se le envía a hacer fortificaciones en Cubas, cerca de Madrid. Emilio Prados logra que
se le traslade a la 1ª Compañía del Cuartel General de Caballería como Comisario de Cultura del Batallón de El
Campesino. Va pasando por diversos frentes: Boadilla del Monte, Pozuelo, Alcalá. En plena guerra logra escapar
brevemente a Orihuela para casarse el 9 de marzo de 1937 con Josefina Manresa. A los pocos días tiene que
marchar al frente de Jaén. Es una vida agitadísima de continuos viajes y actividad literaria. Todo esto y la tensión
de la guerra le ocasionan una anemia cerebral aguda que le obliga por prescripción médica a retirarse a Cox para
reponerse. Varias obritas de Teatro en la guerra y dos libros de poemas que han quedado como testimonio
vigoroso de este momento bélico: Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1939).
El poeta en la cárcel El poeta en la cárcel
En la primavera de 1939, ante la desbandada general del frente republicano, Miguel Hernández intenta cruzar la
frontera portuguesa y es devuelto a las autoridades españolas. Así comienza su larga peregrinación por cárceles:
Sevilla, Madrid. Difícil imaginarnos la vida en las prisiones en los meses posteriores a la guerra. Inesperadamente,
a mediados de septiembre de 1939, es puesto en libertad. Fatídicamente, arrastrado por el amor a los suyos, se
dirige a Orihuela, donde es encarcelado de nuevo en el seminario de San Miguel, convertido en prisión. El poeta -
como dice lleno de amargura- sigue "haciendo turismo" por las cárceles de Madrid, Ocaña, Alicante, hasta que en
su indefenso organismo se declara una "tuberculosis pulmonar aguda" que se extiende a ambos pulmones,
alcanzando proporciones tan alarmantes que hasta el intento de trasladarlo al Sanatorio Penitenciario de Porta
Coeli resulta imposible. Entre dolores acerbos, hemorragias agudas, golpes de tos, Miguel Hernández se va
consumiendo inexorablemente. El 28 de marzo de 1942 expira a los treinta y un años de edad. (De
mhernández.narod)
1. LA POESÍA ESPAÑOLA DESDE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX HASTA LA
POSGUERRA
Desde la llegada del Modernismo, a fines del s. XIX, hasta el brusco corte de la
Guerra Civil, la poesía española vivió una etapa de esplendor que justifica la denominación
de Edad de Plata o segundo Siglo de Oro de la poesía española.
En cuanto al contexto histórico, el siglo XIX había finalizado con el desastre del 98
por la pérdida de Cuba y Filipinas, últimas colonias del antiguo imperio español. La política
y la ideología nacionales se ven afectadas por este hecho y los intelectuales apuestan por
una reforma general. En 1902 comienza el reinado de Alfonso XIII. España entra en una
cruenta guerra con Marruecos que acabará provocando la Dictadura de Primo de Rivera
(1923-1930). En 1931 se proclama la Segunda República, período de gran agitación
política y enorme riqueza en el plano cultural. La radicalización de las posturas ideológicas
desemboca en la Guerra Civil, tras la cual llega la larga dictadura de Franco.
Los primeros movimientos literarios que debemos citar aquí son el Modernismo y la
Generación del 98, entre los que no hay una separación clara. El Modernismo es,
genéricamente, la versión hispánica de la crisis artística y espiritual europea de fines del
siglo XIX. En ese movimiento se dan dos orientaciones: el Modernismo propiamente dicho,
basado en una literatura elitista y de evasión, que nace en Hispanoamérica y es difundido
en España por el nicaragüense Rubén Darío. Su importancia fue decisiva para la
renovación del lenguaje y de los temas poéticos. La otra orientación, la Generación del 98,
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está caracterizada por un espíritu crítico con la situación española. Algunos autores, como
Antonio Machado, cambian de una a otra tendencia. Otros, como Juan Ramón Jiménez,
exploran nuevos caminos (la poesía pura y la poesía abstracta). Y hay algún autor, como
Valle-Inclán, que resulta de difícil clasificación.
Al finalizar la Primera Guerra Mundial surge en Europa un arte muy renovador que
pretende anular las normas estéticas y morales anteriores. Son los vanguardismos, entre
los que destacan el futurismo, el cubismo, el dadaísmo y el surrealismo. En España, su
principal difusor fue Ramón Gómez de la Serna, creador de las greguerías. Dos
movimientos poéticos de vanguardia tienen especial importancia en nuestro país, el
Creacionismo (fundado por el chileno Vicente Huidobro) y el Ultraísmo. Ambos renuevan el
uso de la imagen y la metáfora.
A lo largo de la década de los veinte, un grupo de poetas alcanza su madurez y
producen un momento de esplendor en la poesía española. Es la llamada Generación del
27, que se caracteriza sobre todo por hacer una poesía que integra la tradición de los
clásicos españoles con los experimentos vanguardistas, y la poesía popular con la culta.
Evolucionan desde la poesía pura, intelectual, hasta la de temas humanos, que suele
adquirir la forma de un surrealismo controlado. La guerra provocará la muerte (García
Lorca) o el exilio de la mayoría de sus integrantes. Destacan en este grupo autores como
García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Jorge
Guillén y Dámaso Alonso.
En la poesía de posguerra hay que destacar varias tendencias:
a) La poesía personalísima de Miguel Hernández, considerado un epígono de la
generación del 27.
b) La poesía arraigada de autores que se evaden de la situación provocada por la
dictadura mediante una poesía amorosa o religiosa de tono íntimo. Es el caso de Luis
Rosales o Leopoldo Panero. Se difunde a través de revistas como Escorial y
Garcilaso.
c) La poesía desarraigada de autores que abogan por una obra más directa y
comprometida con el ser humano. Sus iniciadores son Eugenio de Nora y Victoriano
Crémer a través de la revista Espadaña.
d) En 1944, dos autores del 27 publican sendos libros fundamentales. Se trata de
“Sombra del paraíso”, de Vicente Aleixandre, que exalta la Naturaleza que el ser
humano se empeña en destruir; e “Hijos de la ira”, de Dámaso Alonso, que refleja el
dolor existencial de aquella época en poemas de largos versículos con un lenguaje
lleno de palabras “antipoéticas”.
e) Por último, cabría citar en la posguerra a otros grupos poéticos como “Cántico”, cuyos
componentes (entre los que destaca Pablo García Baena) cultivan una poesía
exquisita y cuidada; o “Postismo”, cuyos autores pretenden resucitar y actualizar las
vanguardias.
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2. IMÁGENES Y SÍMBOLOS EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ
A lo largo de toda su obra, Miguel Hernández realiza un constante esfuerzo por
elevar mediante las formas del lenguaje poético todas las cosas feas y tristes de su
existencia.
Sus poemas primerizos son apuntes líricos de su paisaje de Orihuela en los que
destaca la viveza de sus imágenes; en ellos retrata a la huerta como un lugar idílico y
muy sensorial mediante imágenes de naturaleza pictórica.
En Perito en lunas juega hasta sus últimas consecuencias con la iconografía lunar. La
luna es símbolo de plenitud y de exaltación vital, convirtiéndola en el eje donde se
engarzan y concluyen todos los poemas de este período. Este símbolo, signo natural del
destino poético, se extiende de tal modo que hasta los objetos más dispares responden a
esta concepción redonda y circular del astro: huevo, granada, gota de agua, incluso el
retrete. La luna la concibe también como espejo desde donde se refleja su yo, como
símbolo de conocimiento indirecto (su luz es un reflejo). Metafóricamente, además, evoca
la belleza, lo ideal, lo mágico. Y desde el punto de vista formal, es igualmente simbólica la
propia utilización de la octava como ejemplo de estrofa cíclica y cerrada.
Otros símbolos usados son los que rodean la vida cotidiana del poeta en su
Orihuela natal: las palmeras, la sandía, la granada, el gallo, culebras, ovejas, la higuera…
El toro es usado con el significado de sacrificio y de muerte (sus cuernos son “mi luna
menos cuarto” y los toreros, “émulos imprudentes del lagarto”). Por otra parte, hay en este
primer libro de Miguel Hernández imágenes y símbolos muy de su tiempo, como cuando
califica a las veletas de “danzarinas en vértices cristianos”. En “Negros ahorcados por
violación”, abundan los símbolos referidos al sexo masculino: “su más confusa pierna”,
“náufraga higuera fue de higos en pelo”, “remo exigente”. Por último, en “Sexo en instante,
1”, canto impuro al onanismo, la virilidad queda expresada a través de “la perpendicular
morena de antes / bisectora de cero sobre cero”.
En El rayo que no cesa hay un complejo cuadro de imágenes que reflejan el
atormentado mundo de amor y muerte de Miguel Hernández. El tema fundamental del
poemario es el amor, y sobre él van a girar todos los símbolos que aparecen. Así, el rayo,
que es fuego y quemazón, representa el deseo. El cuchillo, instrumento de sacrificio por
excelencia, en el poema “Un carnívoro cuchillo”, viene a cumplir un papel semejante al del
rayo: fuerza amorosa predestinada trágicamente. La sangre es el deseo sexual; la
camisa, el sexo masculino y el limón, el pecho femenino, según podemos observar en el
soneto “Me tiraste un limón, y tan amargo”. La frustración que produce en el poeta la
esquivez de la amada (Josefina Manresa) se traduce en la pena, uno de los grandes
asuntos de este libro (soneto “Umbrío por la pena, casi bruno”). Todos estos temas quedan
resumidos en “Como el toro he nacido para el luto”, donde hay un paralelismo simbólico
entre el poeta y el toro de lidia, destacando en ambos su destino trágico al dolor y a la
muerte, su virilidad, su corazón desmesurado, la fiereza, la burla y la pena.
Algunos poemas nos hablan de una sexualidad explícita. En “Me llamo barro aunque
Miguel me llame”, expresa una entrega servil hacia la amada, como en el soneto “Por tu
pie, tu blancura más bailable”. El símbolo clave de estos dos poemas es el pie y ambos
acusan la influencia de Residencia en la tierra (1935), de Pablo Neruda.
En general, se puede afirmar que la gran riqueza y fuerza de las imágenes
hernandianas depende de dos procedimientos. Uno es la acumulación. Por ejemplo, en
“Un carnívoro cuchillo”… tenemos tres imágenes (cuchillo, rayo de metal y ave) que se
traban de modo sorprendente: “Un carnívoro cuchillo… sostiene un vuelo”,”rayo de metal…
picotea mi costado”. El otro procedimiento es el traslado del padecimiento amoroso a la
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esfera del dolor físico mediante imágenes muy plásticas: “me habita el corazón de
exasperadas fieras”, “picotea mi costado/y hace en él su triste nido”,”tengo estos huesos
hechos a las penas”.
En su poesía de guerra (Viento del pueblo, El hombre acecha), el acento poético será
siempre vital y telúrico, rico en imágenes tomadas de los reinos vegetal y animal.
En Viento del pueblo, destaca sobre todos los símbolos el de viento como compromiso
social y político. Representa la solidaridad con el pueblo oprimido. El mismo poeta se
considera viento que puede esparcir sus palabras para que lleguen a todas partes.
El cuadro de imágenes de El hombre acecha se simplifica y muestra lo trágico del
momento. Destacan unos cuantos núcleos simbólicos básicos como fiera-garra, toro, tren,
cárcel... Y en un segundo plano, una amplísima gama de símbolos zoomórficos como
lobos, águilas, tiburones, panteras, cuervos, perros, chacal… que remiten a las fuerzas del
odio y la crueldad, o a la injusticia y la explotación. Por el contrario los símbolos de la luz y
el agua centran ideas positivas. Puede añadirse también el fuego, con imágenes como
lumbre, volcánico, fogonazo… Es un símbolo de purificación, de acción fecundante y
regeneradora. También los frutos y las flores aparecen como símbolos de vida, plenitud,
alegría. La sangre es, por su parte, núcleo simbólico relevante con un doble valor:
positivo, como fuente de vida; y negativo, como muerte. En el poema “Llamo al toro de
España” aparece el símbolo del toro como poder fecundador, principio de vida, y es
también la patria a la que el poeta apostrofa para que se levante de su sueño (muerte
espiritual) y pueda, salvarse. En “Madre España” el símbolo de España es el de la tierra
como madre primigenia.
En Cancionero y romancero de ausencias, el símbolo de la sangre como dolor y
muerte aparece en un triángulo donde están las sangres del poeta, la esposa y el hijo
muerto. Además de éste están presentes otros símbolos: viento, hoyo, cuchillo, vientre,
piedra, espada, olivo. Y especialmente, todas las voces que significan una limitación de la
vida o señalan la muerte: acechar, hachas, cuervo y de una forma insistente, cárceles y
cementerio.
Como símbolos eróticos, el vientre y el sexo femenino constituyen el centro de la
vida, la plenitud amorosa, el refugio seguro. Aparecen nombrados con un sinfín de
metáforas en las que predominan los elementos de la naturaleza. En el poema “Menos tu
vientre”, aparece la simbología del vientre como centro de lo creado que promueve el
sentido de lo fecundo. La guerra, la muerte del hijo, la cárcel…, se alían para provocar en
el poeta el deseo de regresar al vientre materno.
En el poema “Sino sangriento” la imagen de la vida del hombre como una alcoba vacía
adelanta otro símbolo, el de la casa-alcoba-lecho. La casa es defensa que el hombre
procura para la mujer y el hijo, aunque a veces está cargada de negatividad cuando se
asocia a agentes como “viento ceniciento (muerte), “noche” (vacío, infortunio).
En este libro la imagen hernandiana se ha ido depurando e intensificando, se ha
hecho esencial; se ha reducido su número y ahora se organiza sobre acumulaciones en
torno al propio yo, la esposa, el hijo. Así ocurre en “Nanas de la cebolla”. Por una parte
está el simbolismo del ave, del vuelo, de lo ascensional (“alondra de mi casa”, “boca que
vuela”, “carne aleteante”, “cuánto jilguero/se remonta, aletea/desde tu cuerpo”…) que
visualiza la pureza y alegría de la criatura. Por otra parte tenemos el núcleo de la
luminosidad: “es tu risa en los ojos/la luz del mundo”. Complementariamente aparecen
imágenes florales como “azahares, jazmines”… metáforas de los cinco dientes.
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3. AMOR, VIDA Y MUERTE EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ
Para estudiar este tema es fundamental tener en cuenta tres aspectos importantes:
Primero, la poesía de Miguel Hernández está profundamente interconectada con su vida. En
segundo lugar, toda la producción del poeta está marcada por la concepción de la vida como
un proceso de autodestrucción. En tercer lugar, los tres grandes temas de su poesía son los
que él mismo declara en “Llegó con tres heridas”, poema perteneciente a Cancionero y
romancero de ausencias: Con tres heridas yo: / la de la vida, / la de la muerte,/ la del amor.
Estas tres heridas vienen a configurar el ámbito temático de la poesía hernandiana.
Se puede advertir un proceso vital en la obra de Miguel Hernández. La mayor parte de
los primeros poemas (fundamentalmente, hasta los que integran El rayo que no cesa),
contienen una cierta despreocupación consciente, de vitalismo despreocupado. Son
muchos los poemas en los que lleva a cabo una exaltación jubilosa de la naturaleza. Todo lo
natural, hasta lo más insignificante, le parece bello y armónico. El vitalismo de Miguel
Hernández es tal, que los vegetales aparecen personificados: la breva es una madrastra, la
palmera le pone tirabuzones a la luna.... Y la naturaleza es uno de los grandes tópicos de su
obra porque forma parte de su vida, de sus orígenes, de sus lecturas.
Asimismo, ya en los primeros poemas de Miguel Hernández encontramos
composiciones donde trata el tema amoroso de forma idealizada, bajo la influencia de poetas
románticos del siglo XIX, como Espronceda, Zorrilla,…
Los versos de Perito en lunas, construidos con un gongorismo hermético y de
construcción sintáctica compleja, presentan una gran plasticidad en metáforas ingeniosas y
difíciles. Miguel Hernández expresa en ellos un desbordado vitalismo lleno de sensibilidad y
pasión por la naturaleza, la cultura y lo sexual.
En lo amoroso, la poesía de Perito en lunas deja entrever connotaciones sexuales. El
hermetismo es una solución lúdica para expresar inconfesables manifestaciones sensuales
como el onanismo, la sexualidad reprimida o determinadas fantasías sexuales (“Veletas”
alude a la bailarina negra Josephine Baker).
En 1933-34 se observa en su poesía un cambio radical por la ideología neocatólica
que recibe del ámbito oriolano y de su amigo Ramón Sijé; se percibe un debate entre la
sexualidad y la espiritualidad que se resuelve en una firme resistencia del poeta a la
ortodoxia religiosa. Es la poesía que publica en El Gallo Crisis.
En El rayo que no cesa el poeta concibe el amor como destino trágico del hombre. El
amor es muerte (“los rostros manifiestan / la expresión de morir que deja el beso”), pero al
mismo tiempo supone un impulso irresistible que busca la procreación, la vida. Hasta la
plenitud vital del toro, por ejemplo, está marcada por un destino trágico. Y la sangre, otro de
sus tópicos más recurrentes, es vida (“un edificio soy de sangre y yeso”), pero también viene
a representar una furia, una fuerza descontrolada que destruye (“Citación fatal”).
Se aprecia en este libro la lucha constante del poeta por conseguir la plenitud de
cuanto va viviendo: la naturaleza, sus lecturas favoritas, el amor como descubrimiento
(Maruja Mallo), el amor como trémulo intento (Carmen Samper, apodada “la Calabacica”) el
amor como ausencia (Josefina Manresa) y el amor como lejanía platónica (María Cegarra).
No alcanzar esa plenitud lo sume en el desconcierto, en la duda y en el pesimismo, que le
producen heridas profundas (“seré una dilatada herida”), ocasionadas, metafóricamente, por
huracanes, cuchillos, hachas, rayos.
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Con frecuencia, muerte y exaltación vitalista se funden mediante las paradojas propias
del Barroco. A la manera de Quevedo, Miguel Hernández considera que la existencia es un
rodar constante hacia la muerte.
En el tratamiento de lo amoroso, podríamos marcar una diferencia clara entre su
primera obra, Perito en lunas, y El rayo que no cesa. Mientras en la primera refleja un amor
idealizado, en El rayo que no cesa se plasma un amor lleno de pasión, tanto en el marco
sentimental como sexual. En este poemario Miguel se ha librado del lastre religioso y ha
llegado a un amor físico. Ahora la primera condición para escribir poesía amorosa es estar
enamorado, y él lo ha estado de Josefina Manresa, Maruja Mallo y María Cegarra.
Según Juan Cano Ballesta, para Miguel Hernández la amada (Josefina) es una
verdadera criatura carnal, y el poeta canta sin eufemismos la unión de los cuerpos en el acto
amoroso, que se convierte en un acontecimiento con raíces telúricas. La relación entre
ambos es de una castidad pueblerina y cerrada que contrasta con la vida abierta que
Hernández conoce en Madrid. Es un libro de amor no consumado, pero que refleja sus
deseos de un erotismo más desinhibido. El amor es aquí un amor insatisfecho, trágico e
irrenunciable a la vez que, como un rayo incesante (la palabra “rayo” es utilizada como
metáfora que nos expresa la pena de amor causada por la insatisfacción erótica), hiere
repetidamente las entrañas del poeta. Igualmente, los términos “pena” o “muerte” se repiten
como consecuencia de este amor insatisfecho.
En Viento del pueblo el gran tema es la solidaridad. Se trata de una poesía directa, de
carácter oral, que convive junto a otra culta, impura. Está presente la pasión desbordada,
amén de la esperanza y el optimismo por el posible rumbo de los acontecimientos. Pero
también están presentes, cada vez más, el sufrimiento y el dolor como consecuencia de los
horrores de la guerra. De hecho, se ha dicho que todo el poemario está recorrido por un
lamento elegíaco.
El hombre acecha es una obra intimista, escrita en un tono fuertemente personal, libre
de sus anteriores influjos. Todo el poemario está dominado por una visión desalentadora de
la realidad (los muertos de la guerra), pero permanece una lucha interna entre el rechazo a la
guerra y la necesidad de luchar para alcanzar la victoria. El amor sólo está presente en la
casa del poeta, donde confía que la guerra no ha podido entrar. Regresar a ella tras el frente
es la única esperanza de librarse del odio.
En la cárcel compone el Cancionero y romancero de ausencias, un poemario
desolado, impregnado de la verdad más dura y terrible: ha muerto su primer hijo (“A mi
hijo”,“Ropas con su olor”, “Negros ojos negros”, “El cementerio está cerca”), ha sido
condenado a muerte, conoce la vida de la cárcel, es azotado por una enfermedad
médicamente mal tratada y vive en la más absoluta soledad (“Ausencia en todo veo: / tus
ojos la reflejan”). Los dos temas centrales de este poemario son la ausencia (de la libertad,
de su tierra, de su familia y sus amigos) y el amor (sobre todo a la mujer y a su hijo). El poeta
busca un amor absoluto en el seno de una realidad que niega el amor. El amor, la vida y la
muerte aparecen con una constante intermitencia en todo el libro. Se cierra el ciclo volviendo
al amor, porque no hay salvación ni redención posible si no se ama. Aparecen
constantemente la amada, el hijo (“Hijo de la luz”) y la añoranza del que mientras se muere
mantiene la esperanza de la inmortalidad.
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4. EL COMPROMISO SOCIAL-POLÍTICO DE MIGUEL HERNÁNDEZ
Los orígenes de la literatura comprometida en la España de los años 30 se remontan a varias
obras dramáticas y líricas de Rafael Alberti. Este escritor aglutinó, además, a no pocos escritores
revolucionarios desde las páginas de la revista “Octubre”. Miguel Hernández tomó partido a favor de
esta vertiente politizada del hecho literario, y se inspiró en la revolución minera de Asturias de 1934
para escribir un drama de impronta lopesca: Los hijos de la piedra. En ella unos mineros se sublevan
contra las injusticias de su patrón, que además ha violado a la mujer del Pastor, personaje que
encarna el ideal de justicia. En 1936, MH escribe El labrador de más aire, otra obra teatral con la
huella de Lope de Vega. En ella, Juan, el protagonista, es un personaje que no permite que nadie, ni
el mismo rey, pisotee su dignidad, y por defenderla acabará muriendo.
El primer intento de poesía social que escribe Miguel Hernández lo encontramos en
poemas como “Alba de hachas” (179) o “Sonreídme” (181), que ya preludia claramente al
futuro poeta revolucionario. Con la guerra iniciada, MH inicia su poesía y su teatro de
urgencia, con los que intenta convertir el arte en un arma de combate, entendido éste
como una edificación moral y psicológica, además de un medio para la humanización del
prójimo.
Cuando el 18 de julio del 36 se produce el levantamiento de los militares contra el
gobierno republicano, Miguel, ya con una más clara y enérgica conciencia ideológica, se
alista del lado del ejército republicano. Allí desarrolla labores de organización de tareas de
índole cultural, como son la elaboración de un periódico divulgativo y trabajos de
alfabetización de la tropa, a la vez que intenta renovar y alentar la moral de los soldados
con recitales y lecturas que levantan el espíritu combatiente de los compañeros. Su tarea
propagandística terminó cuajando en una prosa, un teatro y una poesía que acabarían
convirtiéndose en escritos de consigna política durante los años que siguieron al fin de la
contienda. Es su literatura de urgencia. La figura de Miguel empieza a contornearse en su
papel de escritor del pueblo, precursor de la poesía social.
Viento del pueblo (1937) y El Hombre acecha (1939, aunque no se publicó hasta
1960), son dos poemarios escritos durante la guerra civil. El tema amoroso deja paso a
una poesía social y cívica, comprometida con su tiempo. El primero es más épico,
combativo y optimista; el segundo, escrito cuando el final de la guerra estaba decantado,
es en general más pesimista: los años han pasado y el poeta vuelve sus ojos hacia los
horrores de la guerra: heridos, cárceles, miseria, destrucción, sangre... son protagonistas
de sus poemas. La variedad métrica en estos libros es mayor. En El Hombre acecha
predominan los alejandrinos. Aquí la palabra es todavía símbolo de resistencia, pero la
muerte del primer hijo y la derrota de la guerra sumen al poeta en la desesperación.
Durante la guerra, Miguel Hernández emplea su poesía para luchar por la causa
republicana y con Viento del pueblo, obra con la que se suma al romancero de la guerra
civil, como el viento, la voz del poeta alienta a los soldados en las trincheras, arenga a la
lucha, mantiene viva la esperanza. Son poemas que lloran la muerte de Lorca, de los
hombres en el frente de batalla, que cantan al niño yuntero, al sudor de los campesinos, a
la compañera, esposa y amante lejana... La solidaridad es ahora el lema del poeta; busca
una poesía más directa que recrea su carácter oral, de ahí el empleo abundante del
romance, del octosílabo como metro más popular e inmediato, del metro corto que hunde
sus raíces en la lírica tradicional y en la canción; pero también intercala poesía de
procedencia más culta de carácter épico como “Las manos”,” Canción del esposo soldado”
o “Hijo de la luz”.
En Viento del pueblo no pretende, sin embargo hacer un arte totalmente subordinado a
las circunstancias, de propaganda, sino que pretende una poética que se nutra de lo
popular para elevar estéticamente al pueblo. Además, lleva a cabo una poética del grito,
que supone ser portavoz del dolor y de la denuncia social (“Sentido de los muertos”, 213).
En “Recoged esa voz” mantiene que la poesía es una forma de defenderse y de defender
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al pueblo. Pero, a pesar de sus intenciones de mantener la altura estética, no siempre lo
hace, pues MH prioriza siempre el aspecto solidario, humano, mediante la naturalidad
formal y la emoción , y a ello convoca también a otros poetas (“Llamo a los poetas”). “El
niño yuntero” refleja su dolor ante el sufrimiento de los niños jornaleros devastados por el
hambre y la miseria. Otros poemas del libro tratan la lucha del pobre contra su explotador
(“Jornaleros”, “Aceituneros”, “Las manos”, “El sudor”). En definitiva, con este libro el poeta
aúna la poesía militante de los 30 con el canto popular y llega a conseguir, según J. Mª
Balcells, una épica oral moderna.
En Vientos del pueblo la unidad de la obra está determinada por los tonos de la
exaltación, la lamentación y la imprecación. La exaltación tiene su origen en el entusiasmo
combativo, la fuente inspiradora está en su identificación con la colectividad que se levanta
glorificada en sus atributos de fuerza, orgullo y arrogancia a través de una hipérbole
simbólica que hace uso del bestiario (“yacimientos de leones, /desfiladeros de águilas, /y
cordilleras de toros”) y fenómenos atmosféricos de especial poder y violencia (huracán,
rayo). Actúa el poeta como un mensajero para los suyos que proféticamente anuncia un
futuro redentor. En la lamentación se trata sobre todo de poemas elegíacos como el de
García Lorca o de otros con matices muy distintos de marcado acento social como “El niño
yuntero” o “Aceituneros”. Como radical contraste de la exaltación está la imprecación
contra los cobardes y los que tiranizan al pueblo, con imágenes de tono degradador con
símbolos de naturaleza zoomórfica (liebres, gallinas) y signos que indican el pánico que
sacude a esos cobardes (“el pelo se les espanta”).
El hombre acecha incluye textos escritos a raíz de la estacia de MH en la Unión
Soviética. Es un poemario con un tono fuertemente personal que testimonia los instintos
más criminales del ser humano (“Canción Primera”), el odio feroz que pueden
desencadenar el hambre y la explotación (“El hambre”) o el horror de una guerra que
transforma a todos en fieras y en víctimas a la vez (“Las cárceles”).
El hombre acecha marca una visión desalentadora de la realidad con miles de muertos
y heridos. El elemento humano “pueblo” del primer libro, mundo colectivo, solidario, es
aquí “hombre” (referencia genérica a la condición humana), y la fuerza vivificadora
(“viento”) pasa a acción amenazante, aniquiladora (acecha). Tras la evidencia trágica el
poeta ha de cumplir ahora una función reveladora. Debajo de los signos de infortunio (odio,
opresión, muerte) que sufre el pueblo, a él corresponde actuar para avisar de esos
poderes benévolos y regeneradores, capaces de liberarlos para siempre de lo maligno.
Por otro lado, MH es autor de uno de los pocos libros de agitación política publicados durante
la guerra. Se trata de “Teatro en la guerra”, que recoge cuatro obras teatrales de escaso valor
literario. Además, en 1937 escribe “Pastor de la muerte”, otra obra teatral a medio camino entre la
urgencia y lo literario. Transcurre durante la defensa de Madrid republicano ante el asedio de las
tropas nacionales.
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5. TRADICIÓN Y VANGUARDIA EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ
La tradición se presenta en Miguel Hernández en un doble influjo: los clásicos
literarios españoles (de los Siglos de Oro, de la modernidad y de sus contemporáneos) y la
tradición popular de carácter oral y anónimo.
La vanguardia está presente en menor medida, y sólo a partir de “Perito en lunas” y
hasta la poesía de guerra, excluida. Podemos apreciar dos direcciones vanguardistas: la
poesía pura y el cubismo (sobre todo en “Perito en lunas”), y el surrealismo.
En su primera etapa, Miguel Hernández se deja influir por el costumbrismo
regionalista en composiciones en panocho que imitan la poesía de Vicente Medina. Imita
también el modernismo de Rubén Darío en poemas como “Pastoril”, “Oriental” o “¡Que
viene Marzo…!” Tiene asimismo en cuenta a autores del 98 como Unamuno (su
sentimiento trágico de la vida) y Antonio Machado (con su visión de España a través del
paisaje). Y, especialmente, a Juan Ramón Jiménez, del que toma la nostalgia que imprime
a muchos de sus primeros poemas. Están también presentes autores románticos como
Espronceda o Zorrilla. De los clásicos del Siglo de Oro están muy presentes, sobre todo en
su recreación idealizada de la naturaleza, el San Juan de la Cruz de “Cántico espiritual” y
el fray Luis de León de “Vida retirada”.
En Perito en lunas, el poeta clásico que más le influye es Góngora, con su
hermetismo y su metaforización violenta. Es una poesía pura llevada a su máxima
expresión y que sigue la estela de otros autores del 27, como Alberti, Guillén o Gerardo
Diego. En esta obra se da una síntesis perfecta de tradición (Góngora) y vanguardia
(mediante el uso de metáforas inusuales que están conectadas con el surrealismo y el
cubismo).
En El rayo que no cesa, y en toda la poesía amorosa anterior a la guerra, resultan
muy evidentes los influjos tradicionales, sobre todo los de San Juan de la Cruz, del
petrarquismo garcilasista y del existencialismo pesimista de Quevedo.
A mediados de 1935, Miguel Hernández, como consecuencia de su giro ideológico,
comienza a escribir poesía de carácter social (la perteneciente al llamado ciclo de
“Sonreídme”) en la que usa recursos propios del lenguaje surrealista. El influjo
fundamental para esta poesía llena de símbolos telúricos y metáforas cósmicas es Pablo
Neruda y su “Residencia en la tierra”.
Los acontecimientos políticos que sacuden el país entre 1936 -1939 provocan en
Miguel una poesía vibrante, más directa, de carácter oral, que hunde sus raíces en la lírica
tradicional y en la canción. Para esta poesía emplea con frecuencia el romance y el verso
octosílabo. Pero junto a esta vertiente tradicional, intercala otra de procedencia más culta,
de versos solemnes y largos que remiten a la poesía impura ya mencionada, como “Las
manos”, “Canción del esposo soldado” o “Hijo de la luz y de la sombra”, de carácter épico.
Ambas tendencias están presentes tanto en Viento del pueblo como en El hombre acecha.
Entre 1938 y 1939 Miguel escribe su libro póstumo, Cancionero y romancero de
ausencias. En él combina piezas breves con poemas más amplios en los que deja oír su
voz propia más directa y diáfana. Su dominio de la forma le permite crear una atmósfera
de apariencia sencilla y espontánea, pero que encierra una inteligente capacidad de
depuración. Los poemas breves muchas veces se inspiran en la lírica popular; es fácil
encontrar en ellos correlaciones y paralelismos, expresiones coloquiales y anáforas.
En definitiva, a modo de resumen, podemos decir que Miguel Hernández se mueve
entre el gongorismo, el garcilasismo, las huellas de Quevedo y Calderón, el influjo
surrealista, la poesía de compromiso y la lírica cancioneril y popular. Pero sobre todas
estas huellas se percibe un estilo muy personal y una sincera emoción que sitúa al
conjunto de su obra en un contexto de inconfundible autenticidad.